En lo profundo de las selvas sudamericanas, donde la vegetación es tan espesa que apenas deja pasar la luz, y los sonidos del monte parecen susurrar secretos antiguos, vive un espíritu que espanta a todo aquel que se atreve a profanar la tierra. La llaman la Patasola, y pocos regresan ilesos después de cruzarse en su camino. Los leñadores y cazadores que han oído hablar de ella saben que no es bueno andar solo por el bosque, especialmente de noche. Se dice que La Patasola se aparece primero como una mujer bellísima, de ojos oscuros y cabello largo, que pide ayuda o compañía. Puede parecer herida, o simplemente perdida, con voz dulce y mirada triste. Pero es un engaño.
Porque cuando el incauto se acerca, la ilusión se rompe: su rostro se deforma, su voz se convierte en un chillido agudo, y donde debería tener piernas, solo hay una. Una sola pierna retorcida, ensangrentada y poderosa, con la que salta y corre más rápido que cualquier hombre.
Nadie sabe a ciencia cierta cómo nació su maldición. Algunos dicen que fue una mujer infiel, condenada por los celos y la traición. Otros, que fue víctima de una brutal venganza, y que su espíritu furioso no halló descanso. También hay quienes creen que es una protectora de la selva, un ser que castiga a los hombres que dañan la naturaleza, que cazan por placer o que traspasan los límites sagrados del monte. Lo cierto es que su lamento aún se escucha entre los árboles, y que si un hombre oye una voz femenina en lo más hondo del bosque, lo mejor que puede hacer es no contestar. Porque La Patasola huele el miedo, y una vez que ha elegido a su presa, no se detiene