En las profundidades de las montañas, donde los árboles son tan altos que parecen tocar el cielo y el aire huele a tierra mojada, habita un ser ancestral, tan antiguo como la selva misma. No pertenece al mundo de los vivos ni al de los muertos, sino al corazón salvaje de la naturaleza. Se le conoce como La Madremonte, aunque los lugareños la llaman con temor y respeto: La Vieja. Dicen que su presencia se siente antes de verla. El canto de los pájaros se detiene, el viento cambia de rumbo, y una espesa neblina desciende sobre los caminos. En medio de ese silencio espeso, se oye el crujir de ramas, lento y pesado, como si algo inmenso se acercara. Y entonces, aparece ella.
Alta, corpulenta, cubierta de musgo, hojas y raíces, como si fuera parte del mismo monte. Su rostro suele estar oculto por una gran capa de plantas enmarañadas o por una corona de ramas secas. Sus ojos, cuando se revelan, son verdes como el agua estancada y brillan con la furia del bosque herido. De su cuerpo emana un olor húmedo, vegetal y fuerte, como el de los pantanos. Se mueve con lentitud, pero cuando se enfurece, la selva entera parece temblar con ella. La Madremonte es la protectora de la selva, de los ríos, los animales y las montañas. Su espíritu habita en todo lo vivo, y castiga con dureza a quien daña la naturaleza. Los campesinos que talan sin permiso, los cazadores que matan por codicia, los forasteros que ensucian los ríos o violan la tierra sagrada... todos ellos tarde o temprano sienten su castigo. Se pierden en la niebla, escuchan voces que los confunden, caminan en círculos sin poder escapar, hasta que la locura o el miedo los consume. Y a veces, simplemente desaparecen.
Pero La Madremonte también castiga a los infieles y a los mentirosos. Se dice que cuando un hombre engaña a su mujer y se adentra en el bosque para encontrarse con su amante, ella lo espera en el sendero. Le sale al paso envuelta en vapor, le habla con voz ronca, le muestra sus dientes podridos, y lo persigue hasta hacerlo caer de rodillas.No todos los encuentros con La Madremonte son mortales. Algunos pocos, si muestran respeto, pueden escapar. Hay quienes aseguran haberle ofrecido ofrendas: agua limpia, flores silvestres, semillas. Y a cambio, ella los dejó en paz. Incluso hay quienes creen que La Madremonte no es una amenaza, sino una madre encolerizada, una diosa olvidada que solo busca proteger lo que queda de su mundo. Las abuelas dicen que, si entras al monte, debes hacerlo con cuidado. No maldigas, no cortes lo que no vas a usar, no caces por gusto. Porque en lo profundo del bosque, La Vieja está despierta, y no perdona a los que no respetan la vida que guarda.