En las noches calladas, cuando el viento apenas roza los árboles y la niebla cubre los caminos como un sudario, algunos aseguran haberla visto. De pie junto a una carretera desierta, o a la orilla de un río, una figura solitaria vestida de blanco… inmóvil, casi etérea. Nadie necesita que le digan su nombre, porque todos la conocen: la Dama de Blanco.
Su historia ha viajado de boca en boca durante generaciones, y aunque cambia de lugar en cada versión, siempre guarda la misma tristeza. Se dice que fue una mujer joven y hermosa, de corazón puro, que vivía enamorada de un hombre que no merecía su amor. Él la traicionó, la abandonó o, en algunas versiones más crueles, la llevó a la ruina. Desesperada por la vergüenza, la locura o la pérdida, la mujer se arrojó a un río, o se perdió en el bosque, sin jamás regresar. Pero su alma no encontró descanso.
Desde entonces, aparece vestida con un largo vestido blanco, a veces de novia, a veces simplemente de luto. Su rostro, pálido y sin lágrimas, busca algo que nunca podrá recuperar. Algunos dicen que vaga en busca de sus hijos perdidos. Otros, que aún espera el regreso de su amante. Y hay quienes aseguran que no busca a nadie… que solo repite eternamente la última noche de su vida. Quienes la han encontrado cuentan que no camina, flota. Que su presencia enfría el aire, y que su mirada es tan triste que puede romperte el corazón. Si un viajero se detiene a ayudarla, ella sube al auto en silencio, se sienta en el asiento trasero, y desaparece al pasar por el lugar donde murió. A veces, lanza un grito desgarrador. Otras veces, simplemente se esfuma. La gente dice que es un alma condenada, atrapada entre este mundo y el otro. Y aunque pocos se atreven a pronunciar su nombre en voz alta, todos saben que si ves a una mujer de blanco en medio de la noche, lo mejor es no mirar atrás… y seguir conduciendo.